Supraconsciencia, “soy” y la aceptación

Hay un punto donde la mente calla, el juicio se disuelve y el tiempo deja de tener prisa.
Ahí, en ese instante de pura presencia, no hay necesidad de entenderlo todo. Solo hay ser.

La supraconsciencia no es un lugar al que llegar, ni un estado reservado a unos pocos.
Es la parte de nosotras que siempre ha estado despierta.
Testigo silencioso. Campo unificado. Inteligencia que observa sin intervenir.

Cuando digo “soy”, no me refiero a una identidad, a un nombre, a una historia.
Me refiero a lo que permanece cuando todo lo demás cae:
a esa conciencia que no se defiende, que no se compara, que no necesita ser nada más.

Y desde ahí, desde ese núcleo que ya es completo, brota la aceptación.
No como resignación, sino como acto sagrado de abrazar la realidad tal como es,
sin exigirle que se parezca a nuestros deseos o miedos.

Aceptar no es renunciar a transformar.
Es dejar de resistirse a lo que ya es, para poder transformarlo desde la verdad, no desde la huida.

La supraconsciencia no lucha contra la sombra: la ilumina.
No huye del dolor: lo atraviesa con compasión.
No se identifica con la herida: la honra, la reconoce, y la devuelve al flujo de la vida.

Soy.
Y en ese ser, todo está bien, incluso cuando no lo entiendo.
Incluso cuando duele.
Incluso cuando la forma se deshace para dar paso a lo esencial.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad